sábado, 15 de noviembre de 2008

Que inocencia


1 comentario:

Anónimo dijo...

No acabamos de digerir el crac de octubre de 2008, y nos cae la caricatura de otra catástrofe. Dada la naturaleza del negocio de ofrecer a los pobres ganancias muy superiores a la sensatez del mercado, no se sabrá cuántos damnificados dejará la caída de las pirámides. Por ahora sabemos, y el Presidente Uribe ha tenido que aceptar la evidencia, de que el gobierno y sus instituciones no hicieron nada para evitar la catástrofe.

Miles de pobres son ahora víctimas de tres o cuatro garrotazos mortales: la ambición desesperada, articulada con la necesidad de ganar dinero rápido y fácil; la falta de regulación legal de estos negocios, y el alma criminalmente enguantada que ha acabado envolviendo a muchísimos colombianos.

La furia de la turba pudo convertirse en otro 9 de abril. Con la misma irracionalidad de las ilusiones, la furia de esos pobres (y no tan pobres) apostadores de pirámides, tenía dos ingredientes: uno, saberse imbéciles y engañados por decisión propia, y dos: no saber cuál es el grado de complicidad o negligencia que hizo posible esta estafa monumental.

Los organismos de seguridad del Estado andaban haciendo necedades: monitoreando a la oposición o pidiendo acceso a las bases de datos de las universidades públicas. Desde el año pasado y de manera creciente en 2008, las pirámides fueron vox populi.

¿Dónde estaban la Fiscalía, la Superintendencia Financiera y el Ministro de Hacienda? ¿Por qué, si no había una base jurídica para esta estafa no se pidió trámite de urgencia una ley que no dejara en la impunidad a los actores de la criminalidad financiera? Ahí estamos. Remediando tarde lo que se pudo remediar temprano.